Desde que tengo uso de razón uso jeans, remera y zapatillas.
Creo que hasta los 27 años y medio actuales, no he usado otra cosa. Salvo en verano por supuesto.
Ocasionalmente he usado algún traje que otro. Siempre por exigencia u obligación.
Nunca me sentí vestido con un traje. Nunca me sentí dentro de una prenda con un traje.
Siempre con la sensación de que si me agachaba a recoger algo del suelo se me iba a rajar el pantalón justo en la raya del culo.
He visto gente a la que se le veía el culo sin tener su traje rajado.
Así de delgada sentía la tela. Cuando llovía me sentia desprotegido. Cuando hacia calor y transpiraba la sensación era la de tener bolsas de supermercado adheridas a mi cuerpo.
Y esa idea de estar usando una mascara, una fachada. De estar en una constante y eterna fiesta de disfraces.
Del viento, ni hablemos. Es imposible comparar una campera de jean con un saco.
El jean proyecta hacia adentro y te protege, te cubre, te resguarda. He llegado a sentir que vestía una armadura usando pantalón y campera de jean.
El traje proyecta hacia afuera, una imagen, un halo de respeto y una apariencia. Pero no abriga.
Con jeans, remera y zapatillas siento que puedo ir de compras, arreglar el baño o pasear por la plaza.
Con un traje me siento siempre como empleado de un banco que no cierra jamás.
Esa imagen que proyecta no se termina nunca y el combustible de esa holografía es nuestra energía.
Me quedo con el jean, las remeras y las zapatillas.
La elegancia la dejo por mi cuenta en mi manera de ser y no en la ropa.
Prefiero que me anteceda mi reputacion antes que una corbata.
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